Teniendo en cuenta que toda la región norte de la Península es sumamente húmeda, con frondosa vegetación y vientos constantes, es fácil comprender la necesidad de construir graneros que aislasen las cosechas, tanto del agua -y que permitieran la circulación del aire para que el grano se secara-, como de la voracidad de insectos, alimañas y roedores.
Ya no quedan hórreos originales en la zona, aunque sí pueden verse restos de su antigua ubicación en Villasuso, en Barriopalacio, donde convivieron cuatro, o en Arenas de Iguña. Recientemente se ha realizado una reproducción en el pueblo de Cotillo, en la finca de una posada rural junto a la iglesia de San Andrés.
Algunos investigadores incluso han denominado esta tipología de hórreo como “hórreo montañés” u “hórreo de Anievas”. Eran de planta rectangular y cubierta a dos aguas. Normalmente eran más pequeños que los asturianos; es decir, una especie de mezcla entre el gallego y el asturiano, ya que eran de madera, normalmente de roble, y piedra -para las bases de los cuatro pilares donde se apoyaba la estructura de la edificación, con una pequeña losa donde los roedores no podían ascender más-.